domingo, 29 de mayo de 2016

Reseña de LA MUÑECA RUSA, de Juan Miguel Contreras en Las inquilinas de Netherfield







Título original: La muñeca rusa
Autor: Juan Miguel Contreras
Editorial: Baile del Sol

Páginas: 180
Fecha publicación: 2016
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 13 euros
Ilustración de la cubierta: Ramón Buzón





¿Qué piensa un hombre que contempla la Tierra desde el espacio, donde va a morir sin regresar? Nunca podremos saberlo, sin embargo, la historia no se detiene, e Irina Belokoneva, hija de ese cosmonauta perdido entre la Luna y la Tierra, es parte de ella.
La muñeca rusa arranca con la entrada en 1968 de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga. En un psiquiátrico de la ciudad, Irina asegura que han ido a por ella, para silenciarla definitivamente y que no se conozca la historia de su padre. Su historia es contada muchos años después por Milos Meisner, celador del sanatorio en ese momento, a un librero en un pueblo perdido del Cabo de Gata donde vive exiliado. Las historias se unen, unas dentro de otras, quizá porque son una y la misma. La Primavera de Praga se mezcla con la carrera espacial rusa a causa de una lunática que dice ser hija de un cosmonauta desaparecido en una misión fracasada a la Luna. La nueva ola de cine checo vista desde los ojos de un escritor prohibido como un trampolín al exilio y la memoria. Marchantes de arte parisinos que cenan con libreros enfermos tímidamente ácratas. Fotografías de libros que brillan bajo la sombra de la nariz de Cyrano. La mirada de Yuri Gagarin, una Luna en una nave industrial de Toulouse, cartas de Bohumil Hrabal a un escultor exiliado en Almería... Un relato que intenta tejer los nudos necesarios para que, en el telar de la Gran Historia, no se pierdan los hilos de unos personajes condenados al olvido en una librería que orbita alrededor de la Luna.


La muñeca rusa, esa gran matrioska que han depositado en mis manos... la observo, la miro, la toco, y mi cabeza empieza a calentarse y a bullir con mil preguntas: ¿cuál es tu historia? ¿Qué vas a contarme? ¿Cuáles son tus secretos?

La narración comienza con la entrada en 1968 de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga. Juan Miguel Contreras nos posiciona en este período histórico, convulso y un tanto desconocido (al menos yo creo que no todos estamos muy familiarizados con lo que ocurrió durante aquellos meses). Tal y como digo al inicio, la novela es una matrioska en la que vamos descubriendo otras matrioskas en su interior, diversos fragmentos de historias inconclusas que nos enredan en una telaraña que nos absorbe y nos atrapa. Cada fragmento está lleno de sentimientos, desesperanza y búsqueda de la verdad, y conforme vamos avanzando en la lectura vamos uniéndolos en la medida de lo posible, porque algunos de ellos están llenos de aristas, cortantes y afiladas, que nos desgarran con sus diversas y tremendas historias.

Con la primera página ya quedas enredado en el enrejado que el autor construye con su fragmentada trama y con los diferentes personajes, muy viscerales y profundos. Te das cuenta de que este libro es diferente, que te va a dejar huella. Es tan refrescante y atrayente que ese gusanillo que todos los lectores empedernidos tenemos dentro no te permite abandonar la lectura, porque si lo hicieras sería como desamparar a estos personajes tan desolados y desangelados. Por lo que a mi respecta no lo hice... los acompañé hasta donde la historia me dejó, hasta esa última página.

Irina Belokoneva, la muñeca rusa, es el personaje más entrañable de la novela, ya que su historia (o los vestigios que le quedan de la misma) está guardada en su mente de un modo disperso Esa mente ha sido formateada una y otra vez por un sistema que, al permitirle vivir, también le ha condenado a la soledad y a la locura... El olvido de sí misma y de todos los suyos es la pena que le ha sido impuesta indirectamente por el fracaso de su padre, un astronauta ruso que es el desencadenante de todo.

Milos Meisner, artista, celador y personaje activo en la trama, es el encargado de guiarnos a través de todos los fragmentos que el autor nos va entregando a lo largo de la lectura. En el instante en que Milos entra en contacto con Irina Belokoneva, queda atrapado en su historia y su vida. Este hombre le abre su corazón, la acoge en su seno como la muñeca rusa que es, condicionándole y dirigiendo su camino. A partir de entonces, todos sus pasos y decisiones los toma por y para Irina. Y todo ello envuelto en un escenario de revolución y desintegración social, donde cada paso que das hacia adelante representa muchos pasos hacia atrás. Si además se añade que la nueva situación le tiene constreñido y encorsetado, el remolino que ya había nacido en su interior al enamorarse de una persona quebrada y rota se amplifica en una espiral de desesperación y locura.

Bohumil Hrabal, personaje real, es la voz que susurra a Milos que debe salir del bucle en el que se encuentra inmerso. Esta voz no le va a resultar gratuita, pues desde ese momento se convierte en un exiliado en cuyo equipaje solo hay culpa, desencanto e impotencia.

A lo largo de la narración, el autor introduce diversos saltos temporales muy bien hilados con la trama, porque aunque a priori parecen historias dispares e inconclusas, con su refrescante prosa las entreteje dando un sentido a la misma. Así, viajaremos con Milos por diversos lugares en los distintos tiempos, recalando como último destino en un pueblo costero de Almería (Almarga). Allí se nos entrega otro fragmento de la novela con la aparición de un nuevo personaje, el librero sin nombre, del que solo conocemos el apodo con el que le llame Greta: Henry. 

Corren los años 90, y este librero sera el bálsamo que necesita Milos. La amistad que surge entre ellos, su día a día, compartir sus experiencias e historias, así como sus diferentes puntos de vista y perspectivas, provocará en ellos todo tipo de reflexiones y catarsis, ayudándoles a reinventarse otra vez: tal vez lo negro no sea tan negro como parecía hace veinte años, y las conversaciones entre ellos son el vehículo que les ayuda a catalizar toda la desesperanza y soledad en la que ambos se encuentran inmersos.

Juan Miguel Contreras ha construido una magnífica trama para este libro, y el final de la historia es, a mi juicio, el que debe de ser; no podría haber sido otro. La muñeca rusa es una novela que nos invita a reflexionar sobre el destino, el sentido de la vida, la casualidad, la catalización de los momentos difíciles, la amistad y el poder (o su ausencia) del amor. Todo ello narrado con una maestría que consigue que todos los fragmentos formen parte de un todo.

Me encanta la cubierta; todos los libros de Baile del Sol están rubricados con su particular sello personal. Los identificas y distingues en cuanto caen en tus manos.


Nació en Madrid en 1974, aunque creció en un pueblo de la provincia de Ciudad Real, Manzanares. Licenciado enFilosofía por la Universidad Complutense de Madrid. En 1998 recibió el primer premio del certamen de relatos "Villa de Torralba" con el cuento La ciudad trenzada. En 2004 publicó la novela Cuando acabe el invierno, de la editorial Biblioteca de Autores Manchegos (BAM). En 2007 quedó finalista del concurso de relatos de la Revista Eñe, Cosecha Ñ, con el cuento titulado Sobre hojas de humo. Entre el 2000 y el 2005 fue director y programador del Festival Inernacional del Teatro Lazarillo, en Manzanares. Durante los primeros años del siglo XXI ha sido tramoyista y librero en Madrid; en 2006 abrió su propia librería, La Pecera, en Manzanares, hasta que la dejó en otras manos en 2011. En 2012 creó la editorial fantasma La internazional Samizdat, donde ha publicado el libro de relatos Cardiopatías, así como una primigenia versión de La muñeca rusa

Actualmente reside en Alcázar de San Juan.
Miss Bingley

martes, 24 de mayo de 2016

Entrevista a Javier Morales en El Asombrario

24.05.2016

La precarización laboral y emocional de nuestras vidas, según Javier Morales

Javier Morales. Foto: Sole González.
Javier Morales. Foto: Sole González.
Escritor, periodista –colaborador de ‘El Asombrario’- y profesor de narrativa. Así se define Javier Morales, que tras publicar un libro de relatos de felliniano título, ‘Ocho cuentos y medio’, vuelve a confiar en la editorial canaria Baile del sol para presentar‘Trabajar cansa’. Una novela breve en la que se narra la crisis personal y vital de cuatro personajes que, aunque situados en los polos opuestos de la escala social, se enfrentan a la insatisfacción en el ámbito laboral y en sus relaciones personales. El sexo se convierte en el asidero donde aferrarse en una huida que parece no llevar a ninguna parte.
El sentimiento de pérdida y de desorientación que define a los personajes viene acompañado de la conciencia de la traición a los valores y a los proyectos de juventud y, a la vez, a la traición amorosa.
‘Esterno’, uno de los poemas de ‘Lavorare Stanca’, el poemario de Pavese, concluye: “Ci pensando tutti / aspettando il lavoro come un gregge svogliato” (Todos lo piensas / esperando el trabajado como un rebaño apático). ¿No crees que, en parte, estos versos podrían definir a los personajes de ‘Trabajar cansa’?
Creo que sí. Los personajes de la novela aceptan el destino, sin más, tanto en su vida laboral como en sus relaciones personales, viven con una insatisfacción permanente. Tanto quienes tienen una posición laboral privilegiada en lo profesional, como quienes están a punto de perder su empleo. Una buena amiga me dijo hace poco que son personajes nihilistas, maldicen sus vidas, pero no hacen nada o muy poco por cambiarlas. En cierta forma, son un reflejo de nuestra época.
Recurres a los versos de Pavese para dar título a tu ‘nouvelle’, como dirían los franceses, impregnando ese ‘Trabajar cansa’ de un carácter político y de denuncia que, en el caso del poeta italiano, no encontramos. ¿Estarías de acuerdo?
En realidad, aunque guarde puntos de conexión, la novela no nace del libro de Pavese. Tomé prestado el título como un pequeño homenaje a un autor que me influyó mucho cuando era joven. Cuando lo leí por primera vez, me sedujeron la sobriedad y claridad con la que escribía sus historias de seres solitarios, sin porvenir. Gracias a Pavese, traductor de la editorial Einaudi, empecé a leer de otra forma a los grandes autores de la literatura norteamericana. Cuando terminé la novela estuve barajando varios títulos, que no acababan de encajar con la idea que tenía. Hasta que me di cuenta de que uno de los personajes, Daniel, cita a Pavese y su poemario Trabajar cansa.
Tu ‘nouvelle’ refleja dos realidades: la precarización del mundo laboral y, a la vez, la riqueza que rodea aquellos que favorecen y legitiman dicha precarización. ¿’Trabajar cansa’ puede, por tanto definirse, como una ‘nouvelle’ sobre la actual lucha de clases?
Las relaciones laborales han desaparecido del discurso político y social, cuando son un eje de nuestra vida. Se da la paradoja de que quien tiene trabajo se siente cada vez más insatisfecho porque las condiciones se han endurecido mucho. Por otro lado, está la legión de parados a quienes han expulsado del mercado laboral o ni siquiera han llegado a entrar en él. En este contexto, tener un trabajo, aunque sea casi en régimen de semiesclavitud, ha dejado de ser un derecho para convertirse en un privilegio que alguien nos otorga. Son muy ilustrativas las recientes declaraciones del presidente de la CEOE, Juan Rosell, cuando decía que debemos olvidarnos del empleo fijo, que eso es propio del siglo XIX, algo anticuado. Curiosamente, es justo en esa época cuando nace el movimiento obrero, para luchar por unas condiciones laborales más dignas. Todos hemos leído a Dickens y sabemos cómo era el trabajo entonces. Y es el neoliberalismo, y no las conquistas sociales que se materializaron en el siglo pasado, el que nos lleva de vuelta al siglo XIX.
El personaje de Silvia representa el éxito social y económico y, a la vez, la traición de sus ideales al convertirse en abogada encargada de gestionar los ERE promovidos por las empresas. ¿El éxito económico viene irremediablemente acompañado de cinismo y de traición a unos determinados principios políticos?
Silvia tiene éxito económico y profesional, pero siente que ha traicionado sus principios, las razones por las que estudió y empezó a ejercer como abogada. De ahí que se sienta atormentada. El problema es que el sistema es como una gran rueda de la que es muy difícil bajarse cuando estás montado, sentimos vértigo, y acabamos entregando nuestras vidas a un trabajo en el que no creemos. En cualquier caso, no siempre el éxito económico y profesional van acompañados de cinismo o traición de unos ideales.
Daniel, el marido de Silvia refleja, además, el cambio ideológico: de los años universitarios marcados por el izquierdismo y las lecturas de Marx y Lenin al conformismo ideológico y al mantenimiento, pese a lo que pese, de un privilegiado estatus social.
Sin duda. Es lo que comentaba antes, que es muy difícil renunciar a una vida acomodada y muy fácil instalarse en el conformismo vital. En este sentido, creo es casi más cínico Daniel, profesor universitario, que Silvia, su mujer, aunque sea ella la que trabaja para una consultora que gestiona expedientes de regulación de empleo. Ella sí que se cuestiona la vida que lleva, pero no así Daniel. Mantiene un discurso de puertas afuera, un sueño un tanto adolescente respecto a lo que le gustaría, pero no está dispuesto a renunciar a lo que tiene.
‘Trabajar cansa’ es, en este sentido, una dura crítica no solo al sistema, sino al individuo que se deja llevar por el acomodo y el beneficio propio.
Intento no juzgar a mis personajes. Hacen lo que pueden en su mundo de ficción, aunque eso nunca sea suficiente. Lo que sí hay en la novela es una crítica al sistema que representan ciertos individuos, amorales, los Díaz Ferrán, los Rosell y compañía, que mantienen el discurso dominante de que hay que trabajar más, cobrar menos, perder derechos, despojar a los trabajadores de su condición de ciudadanos para convertirlos en súbditos, el regreso al feudalismo.
Como contrapunto, está Félix, un hombre de 50 años víctima de un ERE, ¿representa él a los vencidos o a las víctimas del sistema?
Félix es un hombre sin grandes ambiciones, pragmático, apegado a la vida, y quizás sea el más feliz de todos, con su trabajo en la agencia de viajes, su mujer y su hija. Y precisamente por eso la amenaza de perder su trabajo a los 50 desestabiliza su vida, sería como caer en el tobogán de las clases sociales, dice en algún momento. En este sentido, sin duda es una víctima del sistema.
La mujer de Félix, Paula, es además paradigma de la corrupción en el mundo laboral: trabaja sin contrato, pero no puede negarse porque necesita el trabajo. ¿Reflejo del abuso de poder y de cómo la necesidad se convierte en excusa para dichos abusos?
La situación de Paula, como dices, es la de muchos trabajadores de este país. Han de aceptar las condiciones que se les imponen, aunque eso suponga una pérdida total de derechos. Se hace mucho hincapié en el fraude del desempleo y, sin embargo, el Estado apenas vigila el fraude laboral. Faltan inspectores que supervisen las condiciones en las que trabajan muchas personas en este país, sin contratos o con contratos viciados (se paga una parte en negro, se trabajan más horas de las que dice el contrato, con las consiguientes mermas en la Seguridad Social y en el salario), sin apenas protección frente a los accidentes laborales. En el ámbito laboral, a los ciudadanos se nos está chantajeando cada vez más. “O haces lo que yo digo o te vas a la calle porque afuera hay miles de personas dispuestas a aceptar mis condiciones”. Eso es lo que se nos está diciendo.
Junto al tema laboral, abordas el amor y las relaciones de pareja, y las abordas desde la frustración, desde el desamor y la traición.
A los personajes de la novela les va mal en el trabajo, pero también en el amor. En este sentido, podríamos hablar también de una precariedad emocional. Viven atrapados en sus circunstancias y son incapaces de ir más allá. El sexo y la traición se convierten en tristes vía de escape.
El sexo como vía de escape lo planteas en relación a la traición; es decir, como un sexo adúltero convirtiendo la relación de pareja en una jaula de donde escapar.
Efectivamente, así lo viven los personajes de la novela. Son incapaces de tomar una decisión que mejore sus vidas, la ruptura del matrimonio, y prefieren buscar subterfugios, relaciones que tampoco les llevan a ninguna parte. El escritor Elías Moro, en su último libro de aforismos, define el matrimonio como “dos soledades abajo firmantes”. Los personajes de Trabajar cansa se sienten solos en la pareja, pero no son capaces de ir más allá. El matrimonio, la pareja, es también un lugar en el mundo, un lugar en el que no son felices pero tampoco saben dónde ir, dónde buscar.
Afirmas, a partir de Freud, que el amor y el trabajo son los dos pilares del ser humano y, sin embargo, tú los presentas como dos pilares derruidos.
Con otras palabras, y aunque con un sentido diferente, lo que afirmaba Freud es lo que siempre nos han dicho nuestros abuelos: salud, amor y trabajo son las claves de la vida. El trabajo, y su ausencia, afecta a nuestra vida personal y viceversa. Si estamos sin trabajo o amargados con el que tenemos, nuestro tiempo libre, cada vez más escaso, el que pasamos con nuestra familia y amigos, se ve resentido. Como ciudadano, a mí me da la impresión de que los españoles, en general, cada vez somos menos felices, que se ha instalado una especie de pesadumbre ante el futuro. Un país que no da salida a sus jóvenes, que condena al ostracismo a quienes han perdido su empleo, un país en el que trabajar no te aleja de la pobreza y en el que quienes tienen buenos empleos viven con el miedo a perderlo a la mañana siguiente no es un lugar para ser feliz.
¿Podemos pensar, como dice Aleksiévich, el miedo como un poderoso mecanismo de control y dominio de la gente por parte del poder?
Sin duda. Desde siempre el poder ha utilizado el miedo para manipular a la gente en beneficio propio. El miedo es uno de nuestros sentimientos más primitivos y es lógico que reaccionemos incluso en contra de la razón cuando nos sentimos amenazados. Cuando en una empresa despiden sin justificación a un trabajador, o a varios, los que se quedan tienen miedo de hablar, de decir que les parece injusto, nadie quiere ser el próximo que salga por la puerta. La ultraderecha europea, por ejemplo, está utilizando el éxodo sirio para generar miedo entre la población, que vienen los bárbaros, pongamos vallas y alambradas, gritan, para aplicar después políticas racistas, en contra de los derechos humanos. Es una estrategia muy básica y muy eficaz.
¿Es ‘Trabajar cansa’ un libro acerca de la crisis?
La crisis económica es solo el contexto, el ámbito en el que viven los personajes, digamos que son sus circunstancias históricas. Pero los temas son los mismos que han vertebrado las historias a lo largo de los siglos: la soledad, el deseo, el amor, la envidia, la ambición, el balance de lo que soñábamos que queríamos ser y lo que somos cuando llegamos a una cierta edad, la corrupción del poder.
¿Pero acaso estos temas no se abordan de forma distinta si van enmarcados en un contexto de crisis?
Sí, claro. En las situaciones extremas es cuando la gente muestra su verdadero talante. Personas a quienes aborrecíamos, de repente se muestran solidarias y generosas y, al contrario, el simpático de la oficina se manifiesta como un egoísta. La crisis económica, la reconversión tan brutal que se está produciendo en el ámbito laboral, influye en nuestra nuestra forma de ver el mundo, de comportarnos en él y de gestionar nuestra parcela de privacidad.
¿Concibes la literatura como herramienta de protesta y como expresión de explícito compromiso social y político?
El primer compromiso del escritor es con la página en blanco, escribir bien. Pero el compromiso artístico no es incompatible con un compromiso ético. Como escritor, no soy ajeno a la época en la que me ha tocado vivir. Como dice Chirbes en la cita inicial del libro, la realidad se cuela en la novela, la cerca.
Javier Morales presenta ‘Trabajar cansa’ (Baile del Sol) en la librería Rafael Alberti(Tutor, 57, Madrid), el martes 24 de mayo, a las 19.00 h.

martes, 17 de mayo de 2016

Bailando con Esther Zorozúa: "Me gustaría que la novela tuviera la fuerza suficiente para provocar una catarsis en los lectores".



      Baile del Sol.- ¿Cómo surge la idea de la historia que relata Marcas de agua?

Esther Zorrozúa.- El mundo de los sueños me ha interesado siempre. Pienso que existe una especie de eslabón mágico, inexplicable, entre ese nivel inasible y el de la vigilia. De la misma forma que realidad y ficción están íntimamente ligados por un vínculo que nadie acierta a explicar con precisión. El misterio de la literatura es, para mí, muy cercano al misterio de los sueños. Puede resultar muy árido y teórico explicar el hecho literario, pero soñar es algo que todos hacemos, así que me pareció una fórmula mucho más asequible y plástica de presentar una reflexión de por sí bastante conceptual.
         
      BdS.- Abordas en la novela un tema muy duro: el acoso escolar y su, en este caso, terrible consecuencia, ¿cómo te has identificado con la protagonista?

EZ.- Trabajo como docente; no con niños tan pequeños, sino con bachilleres. Me ha tocado asistir a muchos conatos de acoso, aunque, por suerte, en mi centro hemos podido pararlos a tiempo. De todas formas, se trata de un hecho omnipresente en las aulas, que me preocupa, me hace sentir responsable y activa todos mis sensores para atajarlo en cuanto asoma. Tal vez eso ha desarrollado en mí una empatía que me predispone a ponerme en el lugar de quien lo sufre. También soy madre. Así que, mezclando todos los ingredientes en la coctelera, éste ha sido el resultado.

 BdS.- Se trata de una novela en la que los sueños cobran gran relevancia ¿cuál es el cometido de este discurrir paralelo?

EZ.- Completar la percepción de la realidad-real, que siempre es parcial e insuficiente, con ese otro mundo, mucho más rico en contenidos y matices, aunque no lleguemos a entenderlo del todo. En los sueños desaparecen las fronteras de tiempo y espacio. Eso permite una libertad que nunca podemos alcanzar cuando estamos despiertos, porque nuestra propia naturaleza nos constriñe. La literatura cumple una función similar: nos da alas. Es lo que he querido proponer. El debate está abierto.

BdS.- También se habla de la pérdida, de la asunción de la pérdida, de cómo sobrevivir a ella, y de algunas inesperadas tablas de salvación que se encuentran en el camino…

EZ.- Con una edad en la mochila, quien más, quien menos, todos hemos sufrido pérdidas irreparables. En esa tesitura, solo caben dos opciones: dejarse vencer por el dolor o levantarse y continuar. Sin olvidar, pero sin amargura. Yo apuesto por esto último. Como efecto bengala, he elegido el dolor que yo considero extremo: la pérdida de un hijo en circunstancias trágicas.
En cuanto a las tablas de salvación, confieso que mis preferencias son muy personales y que entenderé a quien no las comparta.


BdS.- Hay otros muchos temas que aparecen de modo tangencial en la novela pero que ayudan a construir un espacio y un tiempo de modo muy enriquecedor, como autora, ¿cuáles de estos temas destacarías?

EZ.- Sí, los temas se multiplican y se entrelazan como en la propia vida. Están presentes las relaciones familiares no siempre fáciles, las relaciones humanas en general, las distintas formas y niveles de afectividad, el cruce de culturas, la sombra de guerras pasadas y actuales, la metaliteratura, la presencia puntual de lo esotérico…




BdS. ¿Cómo ha sido el proceso de escritura de Marcas de agua?

EZ.- Difícil y liberador, de forma alterna. Me he mantenido muy pegada a Ingrid en todo momento. Cuando ella no podía soportarlo más, yo también sacaba la cabeza por encima del agua para respirar. Y ahí surgía siempre un sueño, que actuaba como lenitivo, como balón de oxígeno. Creo que conseguí deshacerme de una de mis obsesiones, esos demonios interiores que dicen que acompañan a todo escritor.
El proceso duró unos dos años, teniendo en cuenta que no puedo dedicarme a escribir a tiempo completo.
         
BdS.- ¿Qué te gustaría que experimentaran las personas que lean esta novela?

EZ.- Me gustaría que la novela tuviera la fuerza suficiente para provocar una catarsis en los lectores, que sus emociones corrieran en paralelo a las de los personajes, que sufrieran con ellos para terminar liberándose. Y, por supuesto, que dejara la suficiente huella como para seguir leyendo lo que ya he publicado y lo que me queda por escribir: que me sigan la pista.


"Me estoy peleando con una novela contra la censura, pero la catarata de acontecimientos diarios, la “ley mordaza” y otros detalles, me la desactualizan constantemente".


BdS.- ¿Qué te gusta leer?

EZ.- Soy bastante ecléctica en mis lecturas. Siempre tengo muchos títulos pendientes. En narrativa, sigo con interés a John Banville, Coetzee, Tabucchi, Paul Auster… y hace poco he descubierto a Mircea Cartarescu. Más cerca, soy bastante adicta a Menéndez Salmón, Manuel Rivas, J.J. Millás y Rafael Reig. No puedo desengancharme de los cuentos de Benedetti, siempre vuelvo a Julio Cortázar y, si he desayunado bien, a Borges. Pero nunca olvido a Chejov. Leo ensayo de forma desordenada, desde Thomas de Quincey, pasando por Octavio Paz, hasta Alba Rico. Y me pierdo entre los versos de Luis Gacía Montero, Ángel González o García Lorca. No me gusta “leer” teatro. Se puede decir que leo bastante…

BdS.- ¿En qué proyecto literario trabajas actualmente?

EZ.- Me estoy peleando con una novela contra la censura, pero la catarata de acontecimientos diarios, la “ley mordaza” y otros detalles, me la desactualizan constantemente, así que siempre me encuentro volviendo a empezar, como en el mito de Sísifo.

Me dan bastantes satisfacciones los microrrelatos acompañados de imágenes. Tengo una carpeta con más de 150, que no deja de engordar.


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sábado, 14 de mayo de 2016

Reseña de Cien centavos, de César Martín Ortiz en VÍSPERAS


LUCIANO VÁZQUEZ.                                                                                                             Reconozco que he tardado más de la cuenta en ponerme a escribir esta reseña. Lo admito. He caído en una especie de bucle placentero que me hacía volver una y otra vez al texto Cien centavos, de César Martín Ortiz. Incapaz, como he visto, de poder poner en claro por qué hay personas que escriben tan rematadamente bien, con esa perfección en el uso del lenguaje, escogiendo las palabras adecuadas, la extensión precisa, la historia perfecta, y crear con ellas 309 narraciones, cuentos, microrrelatos o como los queramos llamar. Y todas con un denominador común: la extraordinaria capacidad para generar un universo macroespacial a partir de pequeñas migajas de realidad, esas pequeñas porciones de vida que, para el resto de los mortales, no son más que los subproductos de nuestra actividad, de nuestro comportamiento, de nuestras desidias o nuestros deseos, y que en manos de César Martín adquieren…, no, adquieren no, son de otra dimensión. La dimensión que solo cabe en un texto literario perfecto y redondo.
No se inquieten, amigos lectores, no estoy tratando de “vender” Cien centavos. Tan solo quiero ponerles en alerta, advertirles de que no pierdan la esperanza de encontrar alguna vez una joya como esta entre la enormidad de lo que se publica en este país.

Les cuento mi particular camino para escribir estas líneas. Para hacer una reseña digna de ser leída lo mejor es tomar un lápiz y señalar aquellos relatos que más destaquen -me dije- y poder encumbrar, en el cuerpo del texto, aquello que más llame mi atención. ¿Saben lo que supone marcar el 90% de los relatos no como buenos sino como extraordinarios? Pues significa intentar un ejercicio de equilibrismo que impida caer en la reseña fácil, elogiosa, condescendiente…, todo lo que no debe ser una reseña. Así que, derrotado, creo que ese ejercicio de justicia lo traslado, sin ambages, al lector. Porque solo él puede llegar a sacar las conclusiones que ahora intento yo trasladar con estas líneas.

Dicen que son las casualidades -las serendipias, cierto azar, estar en el sitio adecuado en el momento justo- las que manejan el mundo. Con César Martín y su Cien centavos he llegado a comprender toda la extensión de este -¿falso?- adagio. Abrir el libro y leer sus páginas ha sido todo un descubrimiento. Por varias razones. O mejor por una razón: la de tener la sensación de estar ante un escritor mayúsculo y al que, lamentablemente, ya no tenemos entre nosotros. Porque crear un cuento es el ejercicio de orfebrería literario más ambicioso al que puede aspirar un autor: lenguaje, estilo, ritmo, sorpresa, humor. De todo ello podemos encontrar en esta obra de César Martín. ¿Saben una cosa? En este justo y preciso punto estoy sintiendo la punzada interior de querer volver a (re)leer algún texto al azar para dar con la clave justa, con el relato preciso, que pueda resumir todo cuanto ahora intento transmitir, al modo en que los estudiantes repasan en el último suspiro de un examen sus respuestas, inquietos y nerviosos por no estar seguros de que aquello que han escrito es justo lo que querían decir con claridad y precisión.

309 relatos en 312 paginas son capaces de generar la necesidad de creer que el siguiente es el mejor o que el siguiente es el mejor o que el siguiente… Todo cabe en Cien centavos: el análisis sociológico -“La jardinería en España”-; la perspectiva antropológica -“Irrealidad y vida conyugal de la mujer rara”-; la humanidad más cercana -”Cuento de un viejo”; el humor más irreverente y ácido -”La mesita”-; la constatación de que estamos anclados en costumbres inútiles -“La Romería”-.

Decía Sartre que no se es escritor por haber elegido decir ciertas cosas, sino por la forma en que se digan. César Martín eligió la mejor forma para decir ciertas cosas: escribirlas de forma magistral.

Para concluir, tan solo pido que cuando acaben de leer Cien centavos -tan fuertemente convencido estoy de que así lo harán- sigan indagando con otros títulos de este mismo autor: Paso de contarlo, Un poco de orden, Nuestro pequeño mundo. Reservo las últimas líneas para una última sorpresa: César nunca tuvo interés en publicar sus libros, en darse a conocer, en mostrar su lado público. Quizá porque creía que la mejor forma de hacerlo era escribiendo sin hacer ruido.


Cien centavos. César Martín Ortiz. Ed. Baile del Sol. 2015

jueves, 12 de mayo de 2016

Reseña de Últimos pasajes a la diferencia, de Bruno Marcos en Astorga Redacción

José Luis Puerto
16/04/2016

La incandescente mirada sobre lo que queda del mundo


Bruno Marcos es un 'Raro de tiempo', alguien que "se registra los bolsillos desiertos para saber donde fueron aquellos sueños". 'Dakovika', fue una entrega a esos registros. En poesía ha publicado el `Libro de las enumeraciones',un adiós a la razón antes o luego de que nos despidiéramos de tantas cosas. Ya hace tiempo que comenzó a publicar en papel sus diarios de internet, acompañados de dibujos de factura propia, es el caso de 'Suite Voltaire'...

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Bruno Marcos, Últimos pasajes a la diferencia, Tegueste (Tenerife), Baile del Sol Ediciones, Col. Dando Pata/14, 2016.





Está siendo abolida la diferencia del mundo

¿Un futuro sin alma?


Cuando terminamos la lectura de Últimos pasajes a la diferencia, de Bruno Marcos, nos queda la sensación de que el autor hubiera paseado su mirada, su espejo (como pedía Stendhal a la novela) por lo otro, por los otros, por lo diferente, o –como el mismo autor indica– “por lo colosal del mundo, por la incesante labor de la vida en toda latitud”; aunque –y aquí aparece la inevitable paradoja– tal colosalismo, que tanta extrañeza nos causa, esté construido por “las minúsculas vidas de los seres humanos que viven y laboran”, que, con su existir, edifican civilizaciones y culturas tan diferentes como las que siguen existiendo hoy mismo sobre la faz de la tierra.

No se desprende, en el fondo, Bruno Marcos de una mirada occidental sobre lo otro y sobre los otros, sobre esa diferencia –amenazada desde hace tiempo por la llamada globalización– hacia la cual parece que todavía tuviéramos la suerte de poder sacar los últimos pasajes, para conocerla y contemplarla.

Constituyen los ágiles y breves capítulos de la obra, rematados por unos 'Apéndices' finales, en los que se introducen elementos reflexivos, una suerte de calidoscopio, un dechado de lo que es la variedad del universo mundo, que está contemplada con una mirada post-colonial y moderna; una mirada de quien sabe que, hoy, el eurocentrismo ya no es posible en un mundo tan complejo y de quien sabe percibir “lo absurdo del colonialismo” europeo y occidental, como una desembocadura a la que hemos terminado arribando.

Recorre el autor, en los distintos textos que, a modo de capítulos, configuran el libro todas las escalas de los viajes, sin prescindir de nada: primer y último mundo, lo próximo y lo alejado, lo actual y lo ancestral... Todos los continentes y todas las categorías de espacios y lugares. Sin embargo, en la lente del autor, en su mirada, hay una indagación siempre en lo otro.

Pero, cuando uno contempla y mira lo otro, lo diferente, lo hace desde sí mismo; y, al darnos sus visiones, al enfocarnos la realidad contemplada y ofrecernos su punto de vista, con todo lo que ha seleccionado del mundo, para verbalizárnoslo, nos está hablando, en el fondo también, de sí mismo.


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No es extraño que, en un momento determinado, el autor enuncie, en un contexto de auto-reflexión, en sus devaneos por Montmartre: “Todo es autobiografía.” Que es, en el fondo, como decir: toda elección que hacemos nos está definiendo, está hablando de nosotros mismos. También la elección de los viajes y los destinos que seleccionamos para ellos.

Acuden a mi memoria, tras la lectura de Últimos pasajes a la diferencia, otras dos miradas europeas, también post-coloniales y que, de un modo agudo, aunque muy diferente, enfocan esa complejidad, esa extrañeza, esa inmersión en lo diferente. Una es la de Claude Lévi-Strauss, en Tristes trópicos, donde la mirada analítica del antropólogo escudriña los entresijos del mundo, ya sea en comunidades ancestrales de la selva brasileña o en mega-urbes asiáticas, para decirnos qué es el ser humano y los contextos en los que vive. La otra, Las voces de Marrakesh, de Elías Canetti, donde el escritor afila sus percepciones sensoriales para verbalizarnos toda esa atmósfera de ese ámbito de la diferencia al que acude. El resultado es sutil y deslumbrante, tanto en Lévi-Strauss, como en Canetti.

Uno y otro, en el fondo, todavía llegaban a tiempo para percibir y mostrarnos lo diferente, lo otro…, esa otredad que, a lo largo de nuestra contemporaneidad, tanto nos ha fascinado, y nos sigue fascinando, a los europeos. Ya Antonio Machado hablaba de “la radical heterogeneidad del ser”.

¿Sigue siendo esto válido? ¿Sigue estando vigente? No. Hoy asistimos a una aniquilación de los valores, de las jerarquías, de las peculiaridades, de las diferencias… Bruno Marcos, en el texto que cierra el libro, de título homónimo, 'Últimos pasajes a la diferencia', lo enuncia de modo explícito: “Está siendo abolida la diferencia del mundo”; vayamos donde vayamos, cada vez más, hoy ya, “estamos en idéntico sitio”; ya no hay trayecto posible a ninguna parte. En la uniformidad, en la uniformización de todos los lugares lo que está construyendo la globalización es el “no lugar”. Y posiblemente todos estemos hoy habitando ya sobre la tierra en un “no lugar”.

Y, quizás, acaso lo único que quede de lo otro, de la diferencia –como expresa el autor– “no sea otra cosa que el viaje a la pobreza”; por ello, lo distinto no son “los paisajes, ni los monumentos, accesibles en infinitas reproducciones, sino el verdadero espectáculo de la miseria.”


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De ahí, que, por ello, la mirada de Últimos pasajes a la diferencia sea, en el fondo, una mirada melancólica, con no poco de elegíaco. Melancolía y elegía, acompañadas siempre por una mirada lúcida, que no se desborda, porque nunca abandona ese espejo que nos ata siempre a la memoria de lo real.

Pero ya no podemos articular, en nuestra visión del mundo, cuando viajamos, una mirada adánica, nueva, nuestra. Bruno Marcos, de hecho, se apoya en distintas miradas literarias –lo cual, de modo implícito, nos habla de una suerte de homenaje– para afianzar la suya.

Así, desfilan por las páginas de Últimos pasajes a la diferencia, sobre todo en los textos de los “Apéndices”, Paul Bowles o Albert Camus, cuando evoca el norte de África; Pierre Loti y su viaje a Angkor; Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, José Hierro o Paul Auster, cuando de Nueva York se trata.

Pero la tesis implícita del libro –y en ello consiste la aportación de su autor no solo a la literatura viajera, sino también a la concepción del viaje y al sentido de la ciudad contemporánea, entre otros aspectos– es que ya apenas es posible hoy el viaje como itinerario (han desaparecido los espacios intermedios); el encuentro con la diferencia, que se ha vuelto una quimera, ya que –y aquí pone el autor el dedo en la llaga– “está siento abolida la diferencia del mundo”, porque estamos alumbrando “un futuro sin alma”, que está ya ahí, a la vuelta de cualquier esquina.