viernes, 28 de agosto de 2015

Bailando con Regina Salcedo: "Me gusta que un poema no sea unidireccional, sino que pueda catapultarte hacia múltiples lecturas"






Baile del Sol.-  Un iceberg se caracteriza por dejar a la vista una parte muy pequeña de su totalidad, ¿ocurre algo parecido con la poesía?

Regina Salcedo.- En la que a mí suele interesarme, sí, y desde luego es lo que pretendía en Icebergs. Ese es uno de los sentidos que encierra el título. Hemingway comentaba que un buen relato es como un iceberg donde lo que se dice es la parte que asoma del agua y lo que no se dice la parte sumergida, que es un 90%. Esto me parece que se cumple con mayor intensidad en poesía. Me gusta que un poema no sea unidireccional, sino que pueda catapultarte hacia múltiples lecturas, que no se agote en una sola, que juegue con el silencio y el potencial de la palabra justa y a la vez sorprendente. La capacidad de sugerencia y evocación es para mí uno de los grandes valores de este género. Y creo que las personas también somos así, tenemos una parte oculta mucho más extensa que la que mostramos al mundo, y a pesar de que nos juntemos para viajar en grupo, al final hay una soledad que es insalvable (ése sería el otro sentido del título).
Me encantó además la interpretación que hizo Lola Nieto al respecto –y en la que yo no había reparado–, que me preguntó si yo decía que mi libro era un iceberg porque es un bloque (una poética) que se ha desprendido de un todo en el que ha crecido (la tradición). Me parece una imagen muy acertada: algo que se alimenta y prospera despacio en un hábitat para un día resquebrajarse con un aullido, hacerse un individuo independiente (aunque con una herencia rastreable) y seguir su camino. Este deseo de encontrar mi propia voz –que aquí principalmente se reduce a una lucha y una búsqueda– también se refleja en algunos poemas.

BdS.- ¿En qué universo se mueve este poemario?

R.S.- Se mueve en el universo del desprendimiento, cuando el hielo se resquebraja, cuando, de pronto, lo que parecía inamovible se funde y sientes que tu vida se desmorona y no te queda más remedio que reconstruirte y comenzar tu viaje en solitario. Podríamos incluir el poemario dentro de los libros de viajes iniciáticos que, como todos, siempre se generan a partir de un momento de crisis, de ruptura. Icebergs sólo se concentra en ese instante del quiebro –de los quiebros, en realidad– y apenas avanza un poquito más, cuando justo ves que el mundo no se acaba y que, aunque sea por inercia, vas a salir a flote, con todo el desasosiego y esperanza que eso conlleva.



BdS.- Este es un poemario en el que el hielo, el frío y otros paisajes de vacío parecen dar aliento a los versos...

R.S.- Sí, el símbolo del hielo y su entorno me venían de forma espontánea al querer transmitir esa sensación de decepción y desolación que te queda cuando todo en lo que has creído se hace pedazos y te quedas flotando a la deriva, en mitad de la nada. Es una sensación contradictoria porque, al mismo tiempo, también resulta liberadora, emocionante; también hay pureza y belleza en ese hielo frío y desafiante.

BdS.- También aparece la casa como elemento físico y simbólico, una casa vieja, una casa vacía, una casa embargada... ¿qué significa una casa en Icebergs?

R.S.- Esa casa, excavada en el hielo con las manos, sin muebles ni adornos, es la persona que queda tras el derrumbamiento que comentaba.  Es el yo despojado, embargado, limpio y tembloroso que tiene que comenzar a replantearse el mundo y a sí mismo desde cero –o desde bajo cero–.



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