sábado, 21 de diciembre de 2013

El bar de Lee, David Pérez Vega Crónica vital y sentimental de un joven y devoto lector

Alberto García-Teresa – laRepúblicaCultural.es

Arriesgada decisión la de unir, en un único volumen, dos poemarios inéditos muy distanciados en su elaboración, entre los cuales se intercala la escritura del único conjunto de poemas de David Pérez Vega publicado hasta el momento, Siempre nos quedará Casablanca. Como explica el propio autor en el prólogo, una década separa el tiempo de composición de ambos títulos, aunque encuentra una vinculación entre ellos, una continuación de temas y de espacios, que, en efecto, tiene lugar en estas páginas. Móstoles era una fiesta es el primero, donde todas las piezas aparecen fechadas, y El calvo del Sorona se titula el segundo. Además, el libro se abre con un espléndido y meritorio estudio a cargo de Alejandro Céspedes.
Pérez Vega realiza un buen trabajo con las imágenes, que puede llegar incluso al barroquismo en las descripciones. Como sucedía enSiempre nos quedará Casablanca, algunos de los textos del segundo poemario aquí recogido (recordemos, elaborado tras la escritura de aquel) están armados con desarrollos argumentales, de escenas, de construcción alrededor de una anécdota, en detrimento de la tensión poética en ocasiones. No en vano, David Pérez Vega nunca ha negado su condición de narrador.
Los versos brotan desde una mirada nostálgica, fruto del desengaño que acontece en el presente (sentimental, social, vital). El amor es un tema reiterativo y constituye un aspecto clave en el ánimo de “yo”, aunque se enfoca desde la incomunicación, desde la dificultad para conectar, para expresarse. Los poemas surgen de la observación de la ciudad gris, tediosa, de lo que evocan unas historias llenas de cotidianeidad, que conforman, no en vano, un retrato lírico de la vida urbana, que pasa sin intensidad. La práctica totalidad de las piezas se desarrollan con un mismo procedimiento consistente en observación atenta, interiorización y expresión de la subjetividad. Muchos textos, de hecho, poseen un tono de confesión, de necesidad irremediable de volcar lo que siente el “yo”; de explicar su proceder. La observación del entorno sirve de estímulo para que el “yo” recapacite sobre sus propios sentimientos.
Al respecto, abruma la melancolía del “yo”, que pasea por espacios donde domina la desolación. Podría, en ese sentido, leerse como una construcción sociológica, dada la gran diversidad de personajes y de situaciones que aparecen en estas composiciones, y que descienden hasta lo más corriente (como significativamente demuestra el explícito reto de escribir un poema metafísico a las patatas ali-oli). Sin embargo, el entorno aparece reflejado para ubicar al “yo”; para explicar de dónde surgen sus sentimientos, su tristeza. En efecto, se recogen multitud de referentes cotidianos, reales (figuran nombres propios de calles, plazas y locales), pero no se busca el reconocimiento cómplice del lector ni la identificación, sino plasmar un escenario verídico y verificable. Así, Pérez Vega desgrana una vida de estudiante (instituto, facultad), de veinteañero (primeramente), o de treintañero trabajador (a continuación).
En ella, es fundamental la literatura: llaman significativamente la atención las abundantes referencias literarias que salpican los textos. Se trata de los autores y de los títulos que han alimentado al “yo”. Las alusiones a obras o las reproducciones de versos o párrafos complementan la experiencia diaria no sólo como fiel retrato de la acción rememorada (el “yo” leía tal cosa en el momento el cual se desarrolla la anécdota), sino que sirven para ilustrar, para resolver, para extraer conclusiones la vivencia recogida. Se manifiesta, así, un orgullo de lector, pues la literatura se convierte en refugio y en espacio de vida frente al vacío constatado de la realidad. Para el sujeto de estos poemas, como se explica en una cita de Ricardo Pligia incorporada al volumen, “la literatura es una forma privada de la utopía”. Estos textos resultan, en definitiva, un sincero y cariñoso homenaje a muchos escritores, y puede leerse como una biografía (informal e incompleta) de la formación literaria de David Pérez Vega.
De esta manera, El bar de Lee resulta la crónica vital y sentimental de un joven y devoto lector, que contempla la realidad como estímulo para su proceso personal.

1 comentario:

  1. Pasé a saludar!
    Un placer disfrutar tu espacio.
    Un abrazo,
    Yeli
    Soyamora.blogspot.com

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