jueves, 12 de diciembre de 2013

Bailando con Fernando J. López: "La novela no la escribí con afán testimonial, pero una vez publicada ha cobrado una dimensión que me supera y da pie a un intenso debate con quien la lee"






Baile del Sol.- ¿Por qué La inmortalidad del cangrejo?

Fernando J. López.- Porque necesitaba escribir una novela que tradujese en imágenes y en palabras contundentes mi visión del arranque del siglo XXI. Su título nace de la metáfora que articula la obra tanto en lo colectivo -lo histórico- como en lo individual -la vida del protagonista-: el cangrejo es el retroceso y la cobardía de un tiempo en que parecemos resignados a perder aquello por lo que deberíamos luchar.


BdS.- ¿Cómo te relacionas con el protagonista de tu novela?

F.J.L.- Desde una perversa -y antitética- simetría: en él falla todo cuanto a mí me equilibra. Para construirlo me desprendí de mis puntos de apoyo -mis amigos, mi pasión por la literatura, mi pareja, mi familia- y concebí una némesis de mí mismo que acabó tomando vida propia. Es un personaje complejo y absorbente que es mejor tener lejos..., aunque su visceralidad acaba produciéndome una cierta ternura.


BdS.- Se trata de una novela dura y poco convencional, ¿cuál fue su germen?

F.J.L.-Los titulares que preceden a cada capítulo. La novela nace de la realidad y crea una línea difícil de discernir entre lo ficticio y lo que realmente sucedió. En ese sentido, se trata de una novela que alterna el realismo -casi periodístico o documental- con una trama propia del género negro llena de intriga y misterio. La dureza de sus páginas responde a la dureza del contexto en que transcurren los hechos: la violencia -verbal, física, social, económica- es la gran protagonista del libro, de ahí que no haya concesiones al lector y que el lenguaje sea también directo, conciso y con predominio de oraciones breves e igualmente precisas en las que, bajo esa dureza, hay un cierto aliento lírico.


BdS.- Se ha dicho que La inmortalidad del cangrejo podría ser una novela referente de principios del siglo XXI, ¿cómo te sientes con esa responsabilidad?

F.J.L.-Abrumado..., pero lo cierto es que no dejan de llegarme críticas, reseñas y correos de lectores que la catalogan así. Todos se ven reflejados en la peripecia de los personajes a pesar de la oscuridad que esta implica, porque más allá de los hechos, lo que comparten con Alfredo es su inquietud, sus dudas y su visión de un mundo que se tambalea y que, como las torres del fatídico 11S, parece haberse derruido ante nuestros pies. La novela no la escribí con ese afán testimonial, pero lo cierto es que una vez publicada ha cobrado una dimensión que me supera y que da pie a un intenso debate con quien la lee.


BdS.- También es una historia de búsqueda en varios sentidos ¿has encontrado algo al escribirla?, ¿algún destino válido?

F.J.L.- Encontré más preguntas y ese, en el fondo, es el mejor de los destinos para cualquier autor. Supongo que si encontrase respuestas no sentiría esta necesidad -absoluta y desbordante- de seguir escribiendo e indagando. Quizá lo único que aprendí tras ella fue a controlar un poco más mis impulsos de autocompasión, esa peligrosa manera que tenemos -a veces- de recrearnos en las heridas en vez de intentar sanarlas y buscar formas y caminos nuevos. La actitud de Alfredo y sus consecuencias -que ni yo mismo preveía- en la novela ha sido clave en ese sentido. En cierto modo, escribir sobre los años en los que tenía -como los protagonistas del libro- veintipocos me ha ayudado a desterrar cualquier arrebato nostálgico. Al menos, de momento.


BdS.- ¿Y qué tiene de reivindicativa?

F.J.L.- No creo que la literatura comprometida deba ser obvia ni evidente. La reivindicación existe en sus páginas, pero se desprende de lo que sucede. Concibo la novela como un género en el que se desarrolla una historia y es esa historia la responsable de desencadenar emociones y reacciones en el lector. En este caso, solo espero que la lectura lleve a la autocrítica y a la reflexión. Lo que cada cual haga con ese proceso después ya es cosa suya.


BdS.- Sabemos que te interesa el fomento de la lectura entre los más jóvenes, también escribes novelas juveniles y estás en contacto con adolescentes por tu profesión de docente, ¿cómo se acerca esta generación a los libros?


F.J.L.- Se acerca con más curiosidad de la que creemos, pero los espantamos al condenarlos a dos extremos:  los clásicos que no les interesan -con aberraciones como adaptaciones del Mio Cid o textos teatrales de Moratín, que nada importan a un lector adolescente- y los best-sellers facilones que se repiten siempre a sí mismos. Ni los unos ni los otros sirven para fomentar la lectura. En ese sentido, cuando escribo novela juvenil no pienso en la edad de quienes me van a leer, porque estoy convencido de que les subestimamos, sino que escribo aquello que a mí me gustaría leer. No sé si el resultado final es el que me gustaría -no conozco ni un solo autor que no se fustigue con su particular látigo tras cada nueva creación- pero, al menos, intento no repetir los errores -el infantilismo, la moralina o la obviedad- que veo en muchos de los textos dedicados al público de su edad.

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