lunes, 18 de noviembre de 2013

El bar de Lee

El bar de Lee

David Pérez Vega
Baile del Sol

El bar de LeeDavid Pérez López decidió adoptar el nombre literario David Pérez Vega para no ser confundido con cierto escritor mexicano en esa máquina trituradora de identidades que es Google. Con ese "nombre artístico" firmó su novela Acantilados de Howth(Baile del Sol, 2010) y los poemarios Siempre nos quedará Casablanca (Baile del Sol, 2011) y El bar de Lee (Baile del Sol, 2013). Este último es, en realidad, la publicación en un mismo volumen de dos poemarios distintos pero muy relacionados entre sí: Móstoles era una fiesta y El Calvo del Sonora. Entre ellos hay años de distancia, y juntos forman una auténtica biografía poética del autor.
David Pérez Vega mantiene un interesante blog donde además de poemas -propios y ajenos- se pueden encontrar comentarios y reseñas de poemarios y novelas. El título de esta bitácora, Desde la ciudad sin cines, alude a Móstoles, la ciudad en la que el autor ha pasado prácticamente toda su vida, y que es un personaje esencial en El bar de Lee.

Leer en un mismo volumen dos poemarios escritos con una década de diferencia permite observar no solo la necesaria evolución en el estilo del poeta sino, sobre todo en este caso, la coherencia a la hora de elegir los temas sobre los que escribe. Quizá no sea tanto coherencia como necesidad vital, porque el autor practica un tipo de poesía que es auténtica biografía, un ejercicio de introspección igual al que se realiza al escribir un diario. El resultado es una poesía narrativa que recorre la infancia, adolescencia y juventud del autor, y que recurre al recuerdo, al ejercicio de la memoria, para desentrañar los aspectos más o menos felices de la vida en una ciudad del extrarradio. Y es que si hay algo que da unidad a los poemas de El bar de Lee, además de la propia vida del narrador y protagonista, es el escenario en el que se desenvuelve, ese Móstoles que el título del poemario aboca a una imposible identificación con un París literario, bohemio, lleno de luz y de libros. Una ciudad, París, llena de todo lo que el poeta echa en falta en una ciudad que ve gris, borrosa, triste.
El primero de los dos poemarios, Móstoles era una fiesta, tiene ya quince años. Es, pues, la obra de un jovencísimo poeta que, sin embargo, parece tener muchos más años tanto por el contenido de sus poemas, como por la visión cansada, algo escéptica que muestra de la vida. Es, pues, un poemario muy adulto, pese a la juventud del autor, nada titubeante en su contenido -puede que aún algo oscilante en el estilo y la forma-. En una especie de diario recorremos la ciudad en las diferentes estaciones del año. El poemario arranca con un Móstoles nevado, en un bello poema que muestra, bajo la capa blanca de la nieve, la ciudad oscura, gris y opresiva. Cualidades que, sin embargo, la convierten en un lugar idóneo para escribir, lo que acaba por ser el vínculo que permite asociar esta ciudad con el Paris al que alude el título. Pasamos después por el resto de estaciones del año, cambios de estación que se concretan en ese olmo que el poeta ve a través de la ventana, mientras con la memoria y la poesía regresa una y otra vez a la infancia, a los juegos, a la escuela. Y en ese ejercicio de memoria se hace evidente que el tiempo no cambia las cosas, sino a las personas. Los baches del asfalto -las cicatrices de la ciudad-, o el campo de futbol en el que jugaba de niño no han cambiado. Y si ya no siente lo mismo al verlos, si ese campo ya no le sirve para jugar al balón con sus amigos, entonces es él mismo el que ha sufrido un cambio profundo.
En el segundo poemario, El Calvo del Sonora, el ejercicio de memoria se hace desde una distancia ahora mayor. El paso de los años, los estudios universitarios y, por fin, un trabajo como profesor, son puras anécdotas ante el verdadero cambio que el autor ha sufrido. Ahora es -se declara- un verdadero poeta. Ha conseguido el éxito, un éxito personal que a un poeta nunca le vendrá por el hecho de haber publicado, por haber obtenido reconocimiento público o fama. Viene de la convicción íntima de saber que ha logrado plasmar en palabras todo aquello que siempre ha querido decir. Ese es el verdadero significado del éxito para el poeta. Una realización personal que, quizá, solo logremos entender tras leer el impresionante poema que cierra el volumen.
Si en el primer poemario la forma es muy libre, a verces irregular, y obedece a un estilo puramente narrativo, en el segundo encontramos una poesía más robusta, que cuida más el ritmo y la sonoridad. Pese a esos cambios estilísticos, la publicación conjunta demuestra ser un acierto, pues permite no solo leer la obra como un texto narrativo, sino encontrar las claves y referencias literarias del autor -desde Asimov a Bukowsky, pasando por Cortázar, Hemingway o Melville-. El bar de Lee es poesía con vocación de relato y, por ello, resulta igual de interesante para el lector habitual de este género como para quien aún sienta algo de inseguridad al acercarse a un poemario.

Publicado en el nº 32 de la revista Punto de libro

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