martes, 25 de septiembre de 2012

Ana Vidal Egea


Ana Vidal Egea
Salvador Luis/Koult
 Ana Vidal Egea (España, 1984) es una chica que nunca se detiene. Es autora de la novela Noches árticas (Baile del sol, 2011) y de los libros de relatos La otra vida (Traspiés, 2010) y Las infieles, quince historias de desamor (Amazon, 2012). Ha recibido premios como “La voz+joven” de Obra Social Caja Madrid y también ha sido finalista del Jóvenes Talentos Booket, organizado por el Grupo Planeta. Actualmente se desempeña como gestora cultural y como profesora de escritura creativa en los Estados Unidos. Ana Vidal Egea, la foto que acompaña esta entrevista la acredita, puede tumbar a cualquier peso pesado. Y hoy, aunque cambiar la trayectoria de un asteroide en curso de colisión sea más estimulante que responder a este interrogatorio, Ana, incondicional como siempre, ha preferido ponerse en una situación incómoda.

Hablemos primero de urbanidad y de buenas costumbres. ¿Crees que el aseo personal contribuye a la conservación de la salud? Te lo pregunto porque últimamente leo muchas guías de etiqueta y protocolo y ando absolutamente estremecido por el tema.
Yo clarísimamente prefiero a Mickey Rourke y a Paco Clavel antes que a Victoria Beckham… La etiqueta, reconozcámoslo, es muy divertida, porque lo que de verdad es interesante es la percepción que tiene cada uno de lo que es vestir bien o de acuerdo al protocolo; los presentadores de las cadenas de televisión miamenses, por ejemplo, no tienen desperdicio. Es un espectáculo. Véanse los atuendos de personajes como Walter Mercado, fascinada me tiene.


¿Y cuáles dirías que son los deberes de Ana Vidal Egea para con la patria y la sociedad?
Ser lo mejor que puedo ser tanto personal como profesionalmente. Evidentemente tengo lapsus, pero esa es la intención.

Pasemos ahora a lo literario, hace un par de meses me enviaste Noches árticas (Baile del Sol, 2011), tu primera novela. El libro tiene una portada de color blanco, muy acorde con la historia porque transcurre en el frío del norte. Lo que me recuerda, por cierto, la descripción que hace la narradora sobre las noches finlandesas: “luminosas… aunque difícilmente se pueda distinguir nada”. Me parece que tus personajes se fusionan con esa atmósfera invernal y con el terror del silencio. En algún pasaje incluso lo llaman “el pánico de la incertidumbre”. ¿A qué crees que se debe ese miedo a hablar? ¿Y por qué la necesidad de contacto al mismo tiempo?
Mi entrenador de tenis me dijo hace años una frase que recuerdo a menudo, “cercana y lejana a veces, en la distancias confundida”, quizá todo se reduzca a eso… Perdemos mucho tiempo tratando de autoconvencernos de que no estamos solos. Noches árticas es un ejemplo de ese aferramiento absurdo (por lo desesperado y lo inútil) a alguien o algo. La novela transcurre en Finlandia (donde viven esos personajes que Aki Kaurismäki retrata tan bien) y narra el encuentro entre una heterosexual y un homosexual que se enamoran en Helsinki, pero cuya atracción mental no puede consumarse físicamente. Es una novela muy corta sobre la soledad y el autosabotaje, con sólo dos protagonistas jóvenes, excesivos, cuya relación culmina en Laponia. Es una historia con tintes autobiográficos; yo pasé un año en Finlandia porque quería experimentar lo que era vivir con nieve y oscuridad la mayor parte del día; no prolongué la estancia porque mimetizo demasiado rápido y no necesito alicientes para intensificar mi tendencia al drama. Ahora huyo de lo nórdico, tanto, que me he ido al otro extremo (así soy) a la luz, el clima tropical, a las palmeras y a una vida obligadamente más superficial en Florida.

Volviendo a la etiqueta, ¿qué me puedes decir de los comensales maleducados? Y no me refiero a quienes comen sin usar una servilleta, sino a quienes comen y no ofrecen al menos la tercera parte de su tortilla. Porque es cierto que no soy un glotón, pero me gusta la gente desprendida, vaya.
Tú te refieres a los que se han terminado su plato y luego dicen “¡Ay! ¿Querías?”, o aún peor “Voy a probar lo tuyo a ver qué tal está, que lo mío no estaba muy allá”… Mira, yo lo tengo muy claro; hay que llegar siempre a una comida sin hambre. Es la forma más inteligente de evitar disgustos e indigestiones.

Pues me parece una buena política, sobre todo cuando la comida no está a pedir de boca. Bueno, Ana, habitualmente cierro este tipo de entrevista con puras boludeces, pero quería darte la oportunidad de expresarte con plena libertad acerca de los últimos acontecimientos mundiales. Qué se yo, me parece que han fallecido varios pingüinos en las costas de Brasil. El micrófono es todo tuyo.
Te confieso que me entusiasma la alerta zombie que hubo en mayo con esos tres casos de canibalismo… Y España es un no parar. Leer las noticias desde el otro lado del Atlántico es mejor que cualquier telenovela, estoy enganchadísima. Que si pedimos rescate, pero no lo pedimos, pero nos lo dan. Que si el rey se va a cazar elefantes en plena crisis, que si Froilán se dispara en el pie, que si el Presidente del Tribunal Supremo se gasta dinero público en viajes a Marbella… Que si Mario Conde es candidato a la presidencia de la Xunta. Que si Urdangarín dice que sus delitos han prescrito… Fíjate, si Almodóvar viera el filón que tiene la política en nuestro país, no necesitaría guionistas. A uno se le quitan las ganas de hacer algo serio, cómo no va a existir un desencanto tan generalizado en estas épocas. Como decía Groucho Marx: “Parad el mundo que me bajo”. También es verdad que aún no he encontrado un lugar a salvo, pero no hay que dejar de buscar ese lugar.

http://www.koult.es/2012/09/ana-vidal-egea/

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